Primera parte
Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de
los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las
estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de
los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos
grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la
lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las
estrellas. Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar
sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche, y para separar
la luz de la tinieblas. Y vio Dios que era bueno, y fue la tarde y la
mañana el día cuarto. (Génesis 1:14-19).
Luna
Cuando
desperté, tuve que volver a soñar, a inventar una nueva forma de ser yo y
no tú; empresa difícil para un hombre que vive en la luna. Tomé un café
frío, mordisqueé lo que me dejó la rata nocturna, tomé mis llaves y
salí rumbo al trabajo. En mi Vocho 87 seguí soñando con tu piel, con tus
ojos amielados, con el roce de tu dedo índice recorriendo mi frente.
Por poco me estrello ensoñando con tus medias de cera deslizándose al
piso… Y pensar que solo es fantasía, nada existe, solo en mi mente pues
nunca te he visto. Quise llorar. ¿Pero de qué? ¿Para qué? No, mejor
contuve mis ansias; total, qué mas da, acaso tienen sentido algunas
cosas; no, yo creo que no, carece de toda congruencia y más cuando nada
existe en la realidad. Llego un poco tarde; mejor ni checo, me quitarían
compensaciones en mi sobre. Suspiro… qué estúpido me veo, qué absurdo
me escucho, si al menos me atreviera a pasar el umbral de mis deseos…
¡Pero no! Sería correr riesgos y no puedo; pienso esto mientras dirijo
los cientos de kilos arriba del suelo. Mientras, con la ayuda de los
demás acometemos el duro trabajo de todos los días. Aquí, encerrados,
avistamos de lejos el correr de los años. Qué frágil es la vida, qué
diminutos somos cuando sobre nuestras cabezas se levantan tres mil
kilos… ¿Y no sobrevivimos? Nadie puede sobrevivir al peso de muchas
ideas; las hormigas levantan más peso y no se mueren. ¿Por qué? Tú sí…
no te entiendo y poco hago para entenderte más. Alguien me avisa que ya
es hora de ir a comer. Se los agradezco; los detesto pero se los
agradezco. Llevo un periódico de muchos días que poco a poco leo; me
entretengo mucho en las banalidades de los que tienen mucho y carecen de
materia gris. O de esos políticos que solo piensan en su beneficio.
Cuánta podredumbre, cuánta ignominia; en eso pasa un perro tan flaco que
pronto se caerá. ¿Y nosotros, qué? Escupo lo que de niño oí de mi
padre: «Hijo, la vida es así». ¿Así? ¿Así cómo, de sucia? ¿De monótona?
¿Simple? ¡No! Eso no; qué ganas de inventar tonteras, palabras y luego
amontonarlas… si me viera mi padre sin duda moriría de nuevo. Llevo su
nombre como un lastre al cuello. Podría hacer mas soliloquios, pero ya
me aburrí, me fastidio pronto de ser como soy… pobre diablo. Regreso al
trabajo (¿a dónde más puedo ir?), hago como que hago pero no hago nada,
nada pienso, nada soy… y sin embargo siento los muchos dolores de las
nostalgias, de los años ya viejos. Después de esta odiosa espera, marcho
a mi casa en donde me espera más nada, todavía… Cuánta alegría se le
escapa a las calles de mi barrio, porque adentro de los hogares solo
quebrantos se respira. Qué ganas de inventar puras cosas negras en mi
pensamiento. Son las nueve en punto y pronto aparecerás en mi ventana.
HAGA CLIC PARA EMPEZAR, me aconseja mi única puerta a la realidad de mis
sueños. Y ahí voy, una vez más a perderme en tus letras, en tus
sinsentidos. Tecleo un poco más y ya entré en tu cuerpo.
«Dime, ¿qué es mas humillante: pedir o no dar?».
«No lo sé».
«¿No sabes qué?».
«No sé nada».
«¡Ayyy!».
«¿Te disgusta eso?».
«¿Qué?».
«¿Que no sepa nada?».
«No, ¿cómo crees?».
«¿En serio?».
«Síiii».
«¿Qué haces?».
«¿Yo?».
«¡No, mi vecina!».
«jajaja, pues te leo».
«¡Qué bien!».
«¿Y tú?».
«También, leyéndote».
«Qué bueno…
¿cómo te fue?».
«Bien. ¿Y a ti?».
«Igual, bien».
«Qué bueno».
«Somos muy buenos, ¿verdad?».
«Ja ja ja ja».
«Bueno, ya es tarde. Me tengo que ir…».
«¿Tan rápido?».
«El trabajo, tú sabes, tengo que alzar miles de kilos y pues…».
«Sí, bueno, ¡te cuidas!».
«Gracias… ¡Chao!».
«¡Bye!».
«¡Oye!».
«¿Sí?».
«¡No te vayas aún!».
«¿Por qué?».
«Hay tantas cosas que se quedan sin decir… pero será mañana… ¡Bye!».
«No te enojes… ¡chao!».
De
nuevo el clic y por esa vez se acaba el cuento. Son más de las de las
tres de la mañana… los ojos, la cara, todo yo: es una sombra que cae de
golpe en la subconciencia de un nuevo día.
Segunda parte
La
tibieza de tu muslo derecho, el calor de alguna parte de tu cuerpo; el
leve contacto que acelera los latidos, detiene la respiración tranquila y
pausada. Niego cerrar los ojos sin musitar tu nombre: Luna. Y bien es
cierto que no me atrevo, no puedo… Y pienso que tú igual no puedes.
Llueve en el Sureste y llueve en mi corazón; hay damnificados allá y
vacío en mi cuarto. Escribo en trozos de papel que luego tiro al bote de
la basura. Hoy te impregnaste más con ese perfume de marca o es la
insistente memoria de hacerte presente en mi camino. Nada más. Un día te
pregunté si mi nombre te provocaba desvelos. Dijiste que sí, que varias
veces después de estar tres horas seguidas escribe y escribe ante el
teclado todavía te quedabas otras tres monosilabando. Me reí, te lo
merecías; yo paso todo el día en ese raro estado vegetal. La
subconciencia, según dices. Los cerros de mi ciudad son residencias de
las estrellas. En la noche se convierten en luciérnagas que prenden sus
foquitos inmóviles. ¿Lo sabias? ¡Qué vas saber tú! Si desconocemos el
lugar donde vivimos. ¿De dónde provienen nuestras voces escritas? ¿Qué
día es hoy? Lunes, martes, miércoles… ni lo sé. Por la presura de la
gente adivino que es viernes, pero la nostalgia de esas novias esperando
en sus puertas a sus amantes me indica levemente que es sábado… ¡Creo
que sí, que es lunes! Mi Vocho 87 amaneció sin gasolina. ¿Se acabó? O
algún prángana me la chingó. Sea como fuere, hoy tampoco voy al trabajo.
00 44 55 11 39 19 24, son muchos números para recordar y ya perdí el
papelillo donde lo tenia anotado… ¡Ni modo! Seguiremos agarrados del
limbo, como esas criaturas aladas y desnudas que la gente se obstina en
llamar ángeles. Sigue lloviendo en el Sureste, la gente se moja y llora,
como si no fuera ya demasiado el agua que cae del cielo para que ellos
aún dejen abiertos los grifos de los ojos. No lloro, no debo, ¿para qué?
Con eso no se come, solo sirve para dejar más sedienta al alma; mejor
me echo a reír con las ocurrencias que inventas:
«Nop… Sip… Mikelaa… Uupss… Woo…».
Son solo unos cuantos de los muchos que usas para adornar tu ventana
nocturna. Imagino lo que tú imaginas; sueños diferentes… más larga
distancia.
«¿Cómo te fue con tu cónsul?».
«Aún no hallo lugar…».
«¿Y tus pacientes?».
«Pobres, los he dejado colgados».
«¿Como calcetines en el tendero?». «¡Sip!». «jajajaja».
«Hoy me pasó algo chistoso».
«¿Que?». «Es largo de contar».
«Pues abrévialo».
«No sé si deba».
«¿Por qué?». «A mí no me pasó, solo lo vi».
«Cuéntamelo».
«Bueno, ¿quieres?».
«Sip».
«Mira, resulta que un hombrecillo entró a vender chucherias de
pulseritas y anillos de imitación pero nadie le compró… y se puso a
llorar».
«…». «¿Qué pasa?». «…».
«¡Oye! ¿Estás ahí?».
«Sí… pobre».
«Sí, yo también lo pensé».
«Bueno, me voy…».
«Anda, que descanses. ¡Chao!».
«Bye».
«Chaooo».
No
sé si me causa más molestia el dolor del hombrecito o la mortal pérdida
de las conciencias. Un calambre en la pierna derecha me hace olvidar
esto último. Mi reloj tiene varios meses sin bateria; soy como ese reloj
sin pila: no tengo idea del tiempo; a lo mejor del espacio y el lugar
pero ya no del tiempo.
Tercera parte
Solo de noche viene
la luna. Dicen los que saben que la luna influye a los hombres como a
las mareas. Yo creo que sí es cierto, pues cuando la luna esta arriba y
grande yo quedo inerme a tus emociones; pierdo el eje de mi mundo. Si de
por sí digo incongruencias, en este estado de sumisión soy aún más
vulnerable. Tú, que eres psicóloga, explícame bien esto. ¿Por qué la
luna juega con nuestros mares internos? ¿No lo sabes? ¿Te parezco
lunático, todo lo que te digo? Por eso lo digo. Asómate a la ventana;
sal afuera de tu casa y verás que hay luna llena… ¡Ya la ves! Estoy
cansado, fatigado; escribo demasiado aprisa y casi no razono todo lo que
digo. Dios, ten compasión de este pobre diablo, tu misericordia es
gratuita y necesariamente deseo algo que no me cueste, algo que me
regalen.
«¿Todavía estas ahí?».
«¿A dónde más?». «¿Sigues molesta?».
«No… ya comprendí que eso a ti no te aflige».
«¿En serio me conoces?». «Tus palabras te desnudan, te dejan en cueros…».
«No sigas. No me des cuerda».
«¿Darte cuerda?».
«¿Y tus pacientes?». «¿Qué tienen mis pacientes?».
«Son humanos…».
«Sí, la mayoría… jijiji».
«La mayoría…».
«¿Y tú sigues cansado?».
«Un poco, solo un poco…».
«¡Ajá!».
«¿Te disgusta?».
«No, para nada, solo que hoy deseaba platicarte unas cosas pero como estás, la verdad, hasta las ganas se me fueron…».
«Perdona…».
«Ya te dije que no hay problema…».
«Como digas». «¡Bye!».
«¡Oye! Espera…».
«…».
Son
las dos de la mañana y solo me quedan un par de horas para dormir. Cada
vez me borro o desdibujo; los ruidos de la noche son lejanos ecos de mi
corazón. Las noticias de ayer son las de hoy… qué raro suena todo esto.
Al menos me deshice de ti por un par de horas; juro que no, que hoy no
abriré tu ventana. Quedaré oculto tras mis cortinas mientras pasa la
luna llena. Y las mareas de mi alma se vuelvan a calmar… Me engaño: te
has convertido en la droga que necesito para vivir.
Cuarta parte
Mi
vecina es una mujer de mas de cuarenta, exactamente de cuarenta y dos
años. Es de Chihuahua, pero por azares del destino vino a parar acá, a
México; yo no entiendo bien cómo pudo ser esto pero me alegro que haya
sido así. Esa casualidad me dio la oportunidad de toparnos en nuestros
caminos. En una ocasión, al llegar a mi cuarto, tropecé con dos pares de
ojos, entre nostálgicos y curiosos. «¿Vives aquí?», me interrogaron.
«Sí, aquí vivo», contesté sorprendido. «¡Niños! No molesten al señor…»,
escuché una voz femenina con un claro acento del Norte. Me volví aún más
sorprendido. «Buenas noches, señor». «Hola», fue mi saludo. Tanta
solemnidad solo me disgusta, no es de mi agrado y ella, la que iba hacer
mi vecina, se percató muy bien. «Yo me llamo Silvia». «Que bien. ¿Aquí
vas a vivir?». «Sí… claro, si no le molesta». «¡Cómo crees! Por mí,
encantado. Lo que pasa es que a Doña Naty nunca le han gustado los
niños». «Bueno a estos tendrá que quererlos; después de todo son sus
sobrinos». «Ah, ¿tu tía? Órale, qué buena onda. Bueno me voy, que estén
bien». «¡Gracias!». «De nada, Silvia, estamos para servirte…». Sí, cómo
no. A final fue ella quien me sirvió: me ayuda, me cuida, me atiende y
me procura siempre… sin pedir nada a cambio. Sus hijos me llaman
cariñosamente «padrino»; para mi son una molestia (nunca me han gustado
los niños; mis hijos los tolero por que ya son mayores y viven lejos).
Pero en fin. Mi vecina una noche al calor de las copas de sidra, me
platicó su historia; creo que fue un quince o un veinticuatro, no me
acuerdo bien. Dice que su marido, el papá de sus hijos, se fue más al
Norte, pasando al Sur, con la ilusión de un futuro mejor; la abandono a
su suerte y después de un tiempo ya no le escribió más. Se llegó a
enterar que allá en los EE.UU. el papá de sus hijos rehizo su vida con
una güera desabrida, sin impórtale nada ni nadie, ni ella ni sus hijos.
Lejos de caerse, se vino a México; no soportaba la lástima que su
familia le obsequiaba; eso a mí me consta. Es luchona y trabajadora. De
carácter alegre y jovial, a veces me regaña e insiste en que lleve una
vida más ordenada, lo cual es lo menos que deseo. -«Ay, comadre, ¿para
qué?», le digo yo, «si lo único que deseo no lo tengo aquí». Alzo los
ojos al cielo. «Por que usted es un zacatón de primera, compadre», me
repite con ese acento que tanto me gusta; la voz de mi vecina es una
melodía de timbres extranjeros. En ocasiones la descubro cantando
mientras friega la ropa de todos; según ella la vida es mejor cantarla
que chiflarla. Como sea, mi vecina es una buena mujer… «Pero escucha, no
tienes por qué sentir celos, entre mi vecina y yo nada puede haber mas
de lo que hay: una multitud de luces encendidas». Un beso, un solo beso
cruzó los pensamientos y al vernos a los ojos supimos que éramos almas
gemelas. Los dos estábamos dolidos, los dos cargábamos desamores, no
podíamos permitir que lo único bueno de los dos se perdiera por
nimiedades. Lo que subsiste es una tierna promesa de estar siempre ahí,
presentes, por lo que se vaya a servir. En el fondo, mi vecina aún ama a
su ausente. ¿Y yo? Yo no tengo a quién amar.
Quinta parte
Podría
describirte una y otra vez el trayecto de aquí al trabajo y del trabajo
para acá pero ¿tiene sentido? Solo mero pretexto de llenar hojas para
cumplir con un requisito tonto. Pero sin embargo lo haré; no quiero ser
descortés con alguien que me toma con seriedad. Después de dos meses,
todo llega a su fin. Por falta de pago de la luz y el teléfono, me los
cortaron; vinieron unos hombrecillos gordos pero anémicos y sin más ni
más extirparon mis arterias. Mi vieja Pentium 1 enmudeció, quedo sin
espíritu. Exhaló. Y te soy sincero; me alegro. Ya no puedo seguir
muriendo cada que la luna aparece en mi cielo. Ya no soy capaz de
inventar más palabras. Mi mente se secó; como el mar de la tranquilidad
que asemeja una calavera fúnebre. Me quedo ciego y mudo, pero prefiero
este destierro a seguir soñando un sueño cruel. Porque bien conozco mis
limitaciones, mis pobres costumbres y la raquítica fortuna que en mí
hay. La luna está muy alta y chaparras mis ambiciones; renuncio a ello y
espero como simple mortal la luz nocturna para prender mis pesadillas.
Puros epítetos uso como despedida, no soy capaz de avanzar ni dos frases
entrelazadas. Ha sido la noche mas larga de mi vida… Pero al fin el sol
salió.
«¿Te vas?».
«¿Como la canción?».
«Sí, como la canción».
«Las despedidas son para los tontos».
«¿Qué más tontos somos nosotros?».
«Lo suficiente como pensar que esto puede ser amor».
«¿Y lo es?».
«…».
«Me voy. Solo que… nada, me voy».
«¿Te acuerdas?».
«No, hace tiempo que olvidé todo lo de astronomía».
«Tú eres Marte, yo soy Venus.
«Te confundes, eres luna».
«¿Y tu? PSD».
«Creo que sí. Sí, ya recuerdo. Todo empezó con un clic, una rara casualidad, como casual es casi todo. Y tu nombre es…».
«¡No!
¡Basta! Es verdad, tienes razón estoy confundida. Nada es cierto, solo
es mentira cibernética… pero fue hermosa esta mentira».
«¿Habrá mañanas sin sol, como luego hay noches sin luna?».
«¡Bye!».
«¡Chao!».
Tecleo
mi máquina, ya sin efecto ni defecto. Mis mensajes se quedan
estacionados en mi imaginación, las penumbras de una noche sin luna
aturden mis miedos… ni a quién decirle chao, ni dónde escuchar un
chillón bye.
FIN
correccion por DAN
2 comentarios:
Muy interesante :)
ho!!
una vez mas gracias... tu opinión engrandece mi lastimada vanidad...
ya en serio aquí andamos.
mario a.
Publicar un comentario