Los tres gigantescos perros aparecieron de improviso por la esquina de la calle.
Eran de color negro intenso y de ojos rojizos que despedían chispas. Las amenazantes fauces de las cuales se desprendía saliva a cántaros y ladridos semejantes a rugidos de leones que retumbaran monstruosamente, provocaron una inmediata desbandada alrededor. Gumersindo, un campesino de sesenta años que por primera vez pisaba una ciudad, palideció. Un grito desgarrador brotó de su garganta al observar cómo la turba y los animales se le aproximaban. Su nieto, un joven de veinte años que le enseñaba la urbe, lo tomó del brazo, muy preocupado, y trató de ayudarlo, pero no hubo tiempo. Cuando el viejo vio que los animales saltaban sobre él, sintió un dolor agudo en el pecho y, en fracciones de segundo, se detuvo su corazón. Su nieto, en el afán de sorprenderlo, no le había explicado para qué servían esas extrañas gafas que todos en la sala debían colocarse para presenciar la cinta.
Dereautor debidamente registrados.
2 comentarios:
Cruel constatación de cómo fuera de contexto, los adelantos y modernidades pueden resultar nefastos. Realmente me gustó.
Gracias, Juancho.
Abrazos.
Publicar un comentario