Armando, la ciudad desde acá arriba se ve enorme. Su cielo no es azul
completamente, en las orillas de sus horizontes se alza un color ocre,
muy espeso. Lejanas figuras a trasiego se mueven sin dirección a todas
partes, como la interminable fila de autos que en su interior encierran a
otros seres inyectados de rabia y frustración.
Marcho hacia la muerte… Qué tristes se ven estas calles de San Juan de Letrán.
Sus
compañeros habían muerto, la mayoría acribillados por las balas del
enemigo. Armando presentía que ya le tocaba y tenía que morir en iguales
condiciones. Tomó su fusil, se puso el casco, caminó decidido a su cita
mortal. Los miedos, los recelos y las malditas dudas no agobiaban su
maltrecha mente. Permanentes horas de vigilia tuvo para recorrer con
calma su insípida existencia gris y sin suerte. Lo único bueno fue
enrolarse en el ejército; lo máximo, pertenecer a un grupo de élite,
donde todos los muchachos veían una buena oportunidad para salir del
montón, no ser uno más en las estadístiticas… Al menos, eso pensaba.
Su
muerte sería recordada con veneración, como una celebración viva de
quien murió defendiendo la causa de la libertad… ¿Libertad, de quiénes?
Eso no importaba, a él le vendieron esa idea y la iba a defender aun a
costa de su vida, el mejor regalo que dejaba como herencia a su raza en
tierras extrañas.
Con la firmeza que da la determinación de una
muerte segura y gloriosa, se reunió con los otros infantes; roto el
último reducto del enemigo, ahora dispersado, solo ofrecía resistencia
por medio de esporádicos francotiradores que, a decir verdad, daban más
dificultades que las tropas en conjunto. Armando fue testigo de las
bolsas negras que trasportaban los cuerpos inertes de sus amigos
casuales, de aquellos con quienes compartió la ilusión de ser algo y
alguien.
Avanzó unos pasos. Oleadas de metralla se escuchaban a lo
lejos, como interminables plegarias del holocausto que se paga por una
paz que se niega a morir o sobrevive solo en las mentes de los
fanáticos.
Armando se aferró a esa idea, sus manos sudaban
abundantemente, su corazón no dejaba de latir con ruidosa excitación,
segundos muy largos, más de lo normal, en cuanto tuviera en la mira al
odiado enemigo desataría todo su rencor, su resentimiento, su
frustración. Todos los demonios que la Humanidad esconde detrás de una
figura sana y limpia. Matar, matar y destruir, solo así sería digno de
ser llamado prohombre. Pero no sucedió nada de eso; de pronto algunos
vehículos blindados aparecieron al final de la calle, descendieron de
ellos varios contingentes de soldados y un oficial militar dio voces a
los conscriptos para que se retiraran de la zona y se presentaran a sus
mandos. La guerra para ellos había acabado; para algunos ni siquiera
empezó. Las fuerzas de la Organización de las Naciones Unidas tendrían
ahora el control pacificador del área conflictiva… ¡Cuanta mentira y
demagogia en un solo discurso!
De regreso a casa, ya sin uniforme,
sin armas ni bandera que defender, se siente más alejado, más excluido,
más humillado en ese inmenso suburbio, pues todo quedó encerrado en su
ser. No bastaba con vencer sino que había que arrasar todo rastro de
supervivencia. El mundo tenía que saber que sin exterminio los
holocaustos nunca terminarán.
Ciudad de México. Una granada de
fragmentación estalla en medio de la multitud; varios muertos y decenas
de heridos es el saldo de tal atentado. Se presume que el ataque
proviene de los carteles del narcotraficante en pugna…
En la
casa del inmigrante mexicano llamado Armando Fuentes Nadal, una madre
llora. Su hijo, en una hoja escrita, le pide perdón por lo que va a
hacer pero es la única forma de acabar su propia guerra. Le deja una
bandera extranjera y una medalla metálica, en un idioma que ella nunca
entenderá.
Fin
15 junio 2012
con la valiosa correcion de panchito, el maestre
viernes, 22 de junio de 2012
sábado, 2 de junio de 2012
SOLO DE NOCHE VIENE LA LUNA
Primera parte
Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de la tinieblas. Y vio Dios que era bueno, y fue la tarde y la mañana el día cuarto. (Génesis 1:14-19).
Luna
Cuando desperté, tuve que volver a soñar, a inventar una nueva forma de ser yo y no tú; empresa difícil para un hombre que vive en la luna. Tomé un café frío, mordisqueé lo que me dejó la rata nocturna, tomé mis llaves y salí rumbo al trabajo. En mi Vocho 87 seguí soñando con tu piel, con tus ojos amielados, con el roce de tu dedo índice recorriendo mi frente. Por poco me estrello ensoñando con tus medias de cera deslizándose al piso… Y pensar que solo es fantasía, nada existe, solo en mi mente pues nunca te he visto. Quise llorar. ¿Pero de qué? ¿Para qué? No, mejor contuve mis ansias; total, qué mas da, acaso tienen sentido algunas cosas; no, yo creo que no, carece de toda congruencia y más cuando nada existe en la realidad. Llego un poco tarde; mejor ni checo, me quitarían compensaciones en mi sobre. Suspiro… qué estúpido me veo, qué absurdo me escucho, si al menos me atreviera a pasar el umbral de mis deseos… ¡Pero no! Sería correr riesgos y no puedo; pienso esto mientras dirijo los cientos de kilos arriba del suelo. Mientras, con la ayuda de los demás acometemos el duro trabajo de todos los días. Aquí, encerrados, avistamos de lejos el correr de los años. Qué frágil es la vida, qué diminutos somos cuando sobre nuestras cabezas se levantan tres mil kilos… ¿Y no sobrevivimos? Nadie puede sobrevivir al peso de muchas ideas; las hormigas levantan más peso y no se mueren. ¿Por qué? Tú sí… no te entiendo y poco hago para entenderte más. Alguien me avisa que ya es hora de ir a comer. Se los agradezco; los detesto pero se los agradezco. Llevo un periódico de muchos días que poco a poco leo; me entretengo mucho en las banalidades de los que tienen mucho y carecen de materia gris. O de esos políticos que solo piensan en su beneficio. Cuánta podredumbre, cuánta ignominia; en eso pasa un perro tan flaco que pronto se caerá. ¿Y nosotros, qué? Escupo lo que de niño oí de mi padre: «Hijo, la vida es así». ¿Así? ¿Así cómo, de sucia? ¿De monótona? ¿Simple? ¡No! Eso no; qué ganas de inventar tonteras, palabras y luego amontonarlas… si me viera mi padre sin duda moriría de nuevo. Llevo su nombre como un lastre al cuello. Podría hacer mas soliloquios, pero ya me aburrí, me fastidio pronto de ser como soy… pobre diablo. Regreso al trabajo (¿a dónde más puedo ir?), hago como que hago pero no hago nada, nada pienso, nada soy… y sin embargo siento los muchos dolores de las nostalgias, de los años ya viejos. Después de esta odiosa espera, marcho a mi casa en donde me espera más nada, todavía… Cuánta alegría se le escapa a las calles de mi barrio, porque adentro de los hogares solo quebrantos se respira. Qué ganas de inventar puras cosas negras en mi pensamiento. Son las nueve en punto y pronto aparecerás en mi ventana. HAGA CLIC PARA EMPEZAR, me aconseja mi única puerta a la realidad de mis sueños. Y ahí voy, una vez más a perderme en tus letras, en tus sinsentidos. Tecleo un poco más y ya entré en tu cuerpo.
«Dime, ¿qué es mas humillante: pedir o no dar?».
«No lo sé».
«¿No sabes qué?».
«No sé nada».
«¡Ayyy!».
«¿Te disgusta eso?».
«¿Qué?».
«¿Que no sepa nada?».
«No, ¿cómo crees?».
«¿En serio?».
«Síiii».
«¿Qué haces?».
«¿Yo?».
«¡No, mi vecina!».
«jajaja, pues te leo».
«¡Qué bien!».
«¿Y tú?».
«También, leyéndote».
«Qué bueno…
¿cómo te fue?».
«Bien. ¿Y a ti?».
«Igual, bien».
«Qué bueno».
«Somos muy buenos, ¿verdad?».
«Ja ja ja ja».
«Bueno, ya es tarde. Me tengo que ir…».
«¿Tan rápido?».
«El trabajo, tú sabes, tengo que alzar miles de kilos y pues…».
«Sí, bueno, ¡te cuidas!».
«Gracias… ¡Chao!».
«¡Bye!».
«¡Oye!».
«¿Sí?».
«¡No te vayas aún!».
«¿Por qué?».
«Hay tantas cosas que se quedan sin decir… pero será mañana… ¡Bye!».
«No te enojes… ¡chao!».
De nuevo el clic y por esa vez se acaba el cuento. Son más de las de las tres de la mañana… los ojos, la cara, todo yo: es una sombra que cae de golpe en la subconciencia de un nuevo día.
Segunda parte
La tibieza de tu muslo derecho, el calor de alguna parte de tu cuerpo; el leve contacto que acelera los latidos, detiene la respiración tranquila y pausada. Niego cerrar los ojos sin musitar tu nombre: Luna. Y bien es cierto que no me atrevo, no puedo… Y pienso que tú igual no puedes. Llueve en el Sureste y llueve en mi corazón; hay damnificados allá y vacío en mi cuarto. Escribo en trozos de papel que luego tiro al bote de la basura. Hoy te impregnaste más con ese perfume de marca o es la insistente memoria de hacerte presente en mi camino. Nada más. Un día te pregunté si mi nombre te provocaba desvelos. Dijiste que sí, que varias veces después de estar tres horas seguidas escribe y escribe ante el teclado todavía te quedabas otras tres monosilabando. Me reí, te lo merecías; yo paso todo el día en ese raro estado vegetal. La subconciencia, según dices. Los cerros de mi ciudad son residencias de las estrellas. En la noche se convierten en luciérnagas que prenden sus foquitos inmóviles. ¿Lo sabias? ¡Qué vas saber tú! Si desconocemos el lugar donde vivimos. ¿De dónde provienen nuestras voces escritas? ¿Qué día es hoy? Lunes, martes, miércoles… ni lo sé. Por la presura de la gente adivino que es viernes, pero la nostalgia de esas novias esperando en sus puertas a sus amantes me indica levemente que es sábado… ¡Creo que sí, que es lunes! Mi Vocho 87 amaneció sin gasolina. ¿Se acabó? O algún prángana me la chingó. Sea como fuere, hoy tampoco voy al trabajo. 00 44 55 11 39 19 24, son muchos números para recordar y ya perdí el papelillo donde lo tenia anotado… ¡Ni modo! Seguiremos agarrados del limbo, como esas criaturas aladas y desnudas que la gente se obstina en llamar ángeles. Sigue lloviendo en el Sureste, la gente se moja y llora, como si no fuera ya demasiado el agua que cae del cielo para que ellos aún dejen abiertos los grifos de los ojos. No lloro, no debo, ¿para qué? Con eso no se come, solo sirve para dejar más sedienta al alma; mejor me echo a reír con las ocurrencias que inventas:
«Nop… Sip… Mikelaa… Uupss… Woo…».
Son solo unos cuantos de los muchos que usas para adornar tu ventana nocturna. Imagino lo que tú imaginas; sueños diferentes… más larga distancia.
«¿Cómo te fue con tu cónsul?».
«Aún no hallo lugar…».
«¿Y tus pacientes?».
«Pobres, los he dejado colgados».
«¿Como calcetines en el tendero?». «¡Sip!». «jajajaja».
«Hoy me pasó algo chistoso».
«¿Que?». «Es largo de contar».
«Pues abrévialo».
«No sé si deba».
«¿Por qué?». «A mí no me pasó, solo lo vi».
«Cuéntamelo».
«Bueno, ¿quieres?».
«Sip».
«Mira, resulta que un hombrecillo entró a vender chucherias de pulseritas y anillos de imitación pero nadie le compró… y se puso a llorar».
«…». «¿Qué pasa?». «…».
«¡Oye! ¿Estás ahí?».
«Sí… pobre».
«Sí, yo también lo pensé».
«Bueno, me voy…».
«Anda, que descanses. ¡Chao!».
«Bye».
«Chaooo».
No sé si me causa más molestia el dolor del hombrecito o la mortal pérdida de las conciencias. Un calambre en la pierna derecha me hace olvidar esto último. Mi reloj tiene varios meses sin bateria; soy como ese reloj sin pila: no tengo idea del tiempo; a lo mejor del espacio y el lugar pero ya no del tiempo.
Tercera parte
Solo de noche viene la luna. Dicen los que saben que la luna influye a los hombres como a las mareas. Yo creo que sí es cierto, pues cuando la luna esta arriba y grande yo quedo inerme a tus emociones; pierdo el eje de mi mundo. Si de por sí digo incongruencias, en este estado de sumisión soy aún más vulnerable. Tú, que eres psicóloga, explícame bien esto. ¿Por qué la luna juega con nuestros mares internos? ¿No lo sabes? ¿Te parezco lunático, todo lo que te digo? Por eso lo digo. Asómate a la ventana; sal afuera de tu casa y verás que hay luna llena… ¡Ya la ves! Estoy cansado, fatigado; escribo demasiado aprisa y casi no razono todo lo que digo. Dios, ten compasión de este pobre diablo, tu misericordia es gratuita y necesariamente deseo algo que no me cueste, algo que me regalen.
«¿Todavía estas ahí?».
«¿A dónde más?». «¿Sigues molesta?».
«No… ya comprendí que eso a ti no te aflige».
«¿En serio me conoces?». «Tus palabras te desnudan, te dejan en cueros…».
«No sigas. No me des cuerda».
«¿Darte cuerda?».
«¿Y tus pacientes?». «¿Qué tienen mis pacientes?».
«Son humanos…».
«Sí, la mayoría… jijiji».
«La mayoría…».
«¿Y tú sigues cansado?».
«Un poco, solo un poco…».
«¡Ajá!».
«¿Te disgusta?».
«No, para nada, solo que hoy deseaba platicarte unas cosas pero como estás, la verdad, hasta las ganas se me fueron…».
«Perdona…».
«Ya te dije que no hay problema…».
«Como digas». «¡Bye!».
«¡Oye! Espera…».
«…».
Son las dos de la mañana y solo me quedan un par de horas para dormir. Cada vez me borro o desdibujo; los ruidos de la noche son lejanos ecos de mi corazón. Las noticias de ayer son las de hoy… qué raro suena todo esto. Al menos me deshice de ti por un par de horas; juro que no, que hoy no abriré tu ventana. Quedaré oculto tras mis cortinas mientras pasa la luna llena. Y las mareas de mi alma se vuelvan a calmar… Me engaño: te has convertido en la droga que necesito para vivir.
Cuarta parte
Mi vecina es una mujer de mas de cuarenta, exactamente de cuarenta y dos años. Es de Chihuahua, pero por azares del destino vino a parar acá, a México; yo no entiendo bien cómo pudo ser esto pero me alegro que haya sido así. Esa casualidad me dio la oportunidad de toparnos en nuestros caminos. En una ocasión, al llegar a mi cuarto, tropecé con dos pares de ojos, entre nostálgicos y curiosos. «¿Vives aquí?», me interrogaron. «Sí, aquí vivo», contesté sorprendido. «¡Niños! No molesten al señor…», escuché una voz femenina con un claro acento del Norte. Me volví aún más sorprendido. «Buenas noches, señor». «Hola», fue mi saludo. Tanta solemnidad solo me disgusta, no es de mi agrado y ella, la que iba hacer mi vecina, se percató muy bien. «Yo me llamo Silvia». «Que bien. ¿Aquí vas a vivir?». «Sí… claro, si no le molesta». «¡Cómo crees! Por mí, encantado. Lo que pasa es que a Doña Naty nunca le han gustado los niños». «Bueno a estos tendrá que quererlos; después de todo son sus sobrinos». «Ah, ¿tu tía? Órale, qué buena onda. Bueno me voy, que estén bien». «¡Gracias!». «De nada, Silvia, estamos para servirte…». Sí, cómo no. A final fue ella quien me sirvió: me ayuda, me cuida, me atiende y me procura siempre… sin pedir nada a cambio. Sus hijos me llaman cariñosamente «padrino»; para mi son una molestia (nunca me han gustado los niños; mis hijos los tolero por que ya son mayores y viven lejos). Pero en fin. Mi vecina una noche al calor de las copas de sidra, me platicó su historia; creo que fue un quince o un veinticuatro, no me acuerdo bien. Dice que su marido, el papá de sus hijos, se fue más al Norte, pasando al Sur, con la ilusión de un futuro mejor; la abandono a su suerte y después de un tiempo ya no le escribió más. Se llegó a enterar que allá en los EE.UU. el papá de sus hijos rehizo su vida con una güera desabrida, sin impórtale nada ni nadie, ni ella ni sus hijos. Lejos de caerse, se vino a México; no soportaba la lástima que su familia le obsequiaba; eso a mí me consta. Es luchona y trabajadora. De carácter alegre y jovial, a veces me regaña e insiste en que lleve una vida más ordenada, lo cual es lo menos que deseo. -«Ay, comadre, ¿para qué?», le digo yo, «si lo único que deseo no lo tengo aquí». Alzo los ojos al cielo. «Por que usted es un zacatón de primera, compadre», me repite con ese acento que tanto me gusta; la voz de mi vecina es una melodía de timbres extranjeros. En ocasiones la descubro cantando mientras friega la ropa de todos; según ella la vida es mejor cantarla que chiflarla. Como sea, mi vecina es una buena mujer… «Pero escucha, no tienes por qué sentir celos, entre mi vecina y yo nada puede haber mas de lo que hay: una multitud de luces encendidas». Un beso, un solo beso cruzó los pensamientos y al vernos a los ojos supimos que éramos almas gemelas. Los dos estábamos dolidos, los dos cargábamos desamores, no podíamos permitir que lo único bueno de los dos se perdiera por nimiedades. Lo que subsiste es una tierna promesa de estar siempre ahí, presentes, por lo que se vaya a servir. En el fondo, mi vecina aún ama a su ausente. ¿Y yo? Yo no tengo a quién amar.
Quinta parte
Podría describirte una y otra vez el trayecto de aquí al trabajo y del trabajo para acá pero ¿tiene sentido? Solo mero pretexto de llenar hojas para cumplir con un requisito tonto. Pero sin embargo lo haré; no quiero ser descortés con alguien que me toma con seriedad. Después de dos meses, todo llega a su fin. Por falta de pago de la luz y el teléfono, me los cortaron; vinieron unos hombrecillos gordos pero anémicos y sin más ni más extirparon mis arterias. Mi vieja Pentium 1 enmudeció, quedo sin espíritu. Exhaló. Y te soy sincero; me alegro. Ya no puedo seguir muriendo cada que la luna aparece en mi cielo. Ya no soy capaz de inventar más palabras. Mi mente se secó; como el mar de la tranquilidad que asemeja una calavera fúnebre. Me quedo ciego y mudo, pero prefiero este destierro a seguir soñando un sueño cruel. Porque bien conozco mis limitaciones, mis pobres costumbres y la raquítica fortuna que en mí hay. La luna está muy alta y chaparras mis ambiciones; renuncio a ello y espero como simple mortal la luz nocturna para prender mis pesadillas. Puros epítetos uso como despedida, no soy capaz de avanzar ni dos frases entrelazadas. Ha sido la noche mas larga de mi vida… Pero al fin el sol salió.
«¿Te vas?».
«¿Como la canción?».
«Sí, como la canción».
«Las despedidas son para los tontos».
«¿Qué más tontos somos nosotros?».
«Lo suficiente como pensar que esto puede ser amor».
«¿Y lo es?».
«…».
«Me voy. Solo que… nada, me voy».
«¿Te acuerdas?».
«No, hace tiempo que olvidé todo lo de astronomía».
«Tú eres Marte, yo soy Venus.
«Te confundes, eres luna».
«¿Y tu? PSD».
«Creo que sí. Sí, ya recuerdo. Todo empezó con un clic, una rara casualidad, como casual es casi todo. Y tu nombre es…».
«¡No! ¡Basta! Es verdad, tienes razón estoy confundida. Nada es cierto, solo es mentira cibernética… pero fue hermosa esta mentira».
«¿Habrá mañanas sin sol, como luego hay noches sin luna?».
«¡Bye!».
«¡Chao!».
Tecleo mi máquina, ya sin efecto ni defecto. Mis mensajes se quedan estacionados en mi imaginación, las penumbras de una noche sin luna aturden mis miedos… ni a quién decirle chao, ni dónde escuchar un chillón bye.
FIN
correccion por DAN
Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas. Y las puso Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y para señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de la tinieblas. Y vio Dios que era bueno, y fue la tarde y la mañana el día cuarto. (Génesis 1:14-19).
Luna
Cuando desperté, tuve que volver a soñar, a inventar una nueva forma de ser yo y no tú; empresa difícil para un hombre que vive en la luna. Tomé un café frío, mordisqueé lo que me dejó la rata nocturna, tomé mis llaves y salí rumbo al trabajo. En mi Vocho 87 seguí soñando con tu piel, con tus ojos amielados, con el roce de tu dedo índice recorriendo mi frente. Por poco me estrello ensoñando con tus medias de cera deslizándose al piso… Y pensar que solo es fantasía, nada existe, solo en mi mente pues nunca te he visto. Quise llorar. ¿Pero de qué? ¿Para qué? No, mejor contuve mis ansias; total, qué mas da, acaso tienen sentido algunas cosas; no, yo creo que no, carece de toda congruencia y más cuando nada existe en la realidad. Llego un poco tarde; mejor ni checo, me quitarían compensaciones en mi sobre. Suspiro… qué estúpido me veo, qué absurdo me escucho, si al menos me atreviera a pasar el umbral de mis deseos… ¡Pero no! Sería correr riesgos y no puedo; pienso esto mientras dirijo los cientos de kilos arriba del suelo. Mientras, con la ayuda de los demás acometemos el duro trabajo de todos los días. Aquí, encerrados, avistamos de lejos el correr de los años. Qué frágil es la vida, qué diminutos somos cuando sobre nuestras cabezas se levantan tres mil kilos… ¿Y no sobrevivimos? Nadie puede sobrevivir al peso de muchas ideas; las hormigas levantan más peso y no se mueren. ¿Por qué? Tú sí… no te entiendo y poco hago para entenderte más. Alguien me avisa que ya es hora de ir a comer. Se los agradezco; los detesto pero se los agradezco. Llevo un periódico de muchos días que poco a poco leo; me entretengo mucho en las banalidades de los que tienen mucho y carecen de materia gris. O de esos políticos que solo piensan en su beneficio. Cuánta podredumbre, cuánta ignominia; en eso pasa un perro tan flaco que pronto se caerá. ¿Y nosotros, qué? Escupo lo que de niño oí de mi padre: «Hijo, la vida es así». ¿Así? ¿Así cómo, de sucia? ¿De monótona? ¿Simple? ¡No! Eso no; qué ganas de inventar tonteras, palabras y luego amontonarlas… si me viera mi padre sin duda moriría de nuevo. Llevo su nombre como un lastre al cuello. Podría hacer mas soliloquios, pero ya me aburrí, me fastidio pronto de ser como soy… pobre diablo. Regreso al trabajo (¿a dónde más puedo ir?), hago como que hago pero no hago nada, nada pienso, nada soy… y sin embargo siento los muchos dolores de las nostalgias, de los años ya viejos. Después de esta odiosa espera, marcho a mi casa en donde me espera más nada, todavía… Cuánta alegría se le escapa a las calles de mi barrio, porque adentro de los hogares solo quebrantos se respira. Qué ganas de inventar puras cosas negras en mi pensamiento. Son las nueve en punto y pronto aparecerás en mi ventana. HAGA CLIC PARA EMPEZAR, me aconseja mi única puerta a la realidad de mis sueños. Y ahí voy, una vez más a perderme en tus letras, en tus sinsentidos. Tecleo un poco más y ya entré en tu cuerpo.
«Dime, ¿qué es mas humillante: pedir o no dar?».
«No lo sé».
«¿No sabes qué?».
«No sé nada».
«¡Ayyy!».
«¿Te disgusta eso?».
«¿Qué?».
«¿Que no sepa nada?».
«No, ¿cómo crees?».
«¿En serio?».
«Síiii».
«¿Qué haces?».
«¿Yo?».
«¡No, mi vecina!».
«jajaja, pues te leo».
«¡Qué bien!».
«¿Y tú?».
«También, leyéndote».
«Qué bueno…
¿cómo te fue?».
«Bien. ¿Y a ti?».
«Igual, bien».
«Qué bueno».
«Somos muy buenos, ¿verdad?».
«Ja ja ja ja».
«Bueno, ya es tarde. Me tengo que ir…».
«¿Tan rápido?».
«El trabajo, tú sabes, tengo que alzar miles de kilos y pues…».
«Sí, bueno, ¡te cuidas!».
«Gracias… ¡Chao!».
«¡Bye!».
«¡Oye!».
«¿Sí?».
«¡No te vayas aún!».
«¿Por qué?».
«Hay tantas cosas que se quedan sin decir… pero será mañana… ¡Bye!».
«No te enojes… ¡chao!».
De nuevo el clic y por esa vez se acaba el cuento. Son más de las de las tres de la mañana… los ojos, la cara, todo yo: es una sombra que cae de golpe en la subconciencia de un nuevo día.
Segunda parte
La tibieza de tu muslo derecho, el calor de alguna parte de tu cuerpo; el leve contacto que acelera los latidos, detiene la respiración tranquila y pausada. Niego cerrar los ojos sin musitar tu nombre: Luna. Y bien es cierto que no me atrevo, no puedo… Y pienso que tú igual no puedes. Llueve en el Sureste y llueve en mi corazón; hay damnificados allá y vacío en mi cuarto. Escribo en trozos de papel que luego tiro al bote de la basura. Hoy te impregnaste más con ese perfume de marca o es la insistente memoria de hacerte presente en mi camino. Nada más. Un día te pregunté si mi nombre te provocaba desvelos. Dijiste que sí, que varias veces después de estar tres horas seguidas escribe y escribe ante el teclado todavía te quedabas otras tres monosilabando. Me reí, te lo merecías; yo paso todo el día en ese raro estado vegetal. La subconciencia, según dices. Los cerros de mi ciudad son residencias de las estrellas. En la noche se convierten en luciérnagas que prenden sus foquitos inmóviles. ¿Lo sabias? ¡Qué vas saber tú! Si desconocemos el lugar donde vivimos. ¿De dónde provienen nuestras voces escritas? ¿Qué día es hoy? Lunes, martes, miércoles… ni lo sé. Por la presura de la gente adivino que es viernes, pero la nostalgia de esas novias esperando en sus puertas a sus amantes me indica levemente que es sábado… ¡Creo que sí, que es lunes! Mi Vocho 87 amaneció sin gasolina. ¿Se acabó? O algún prángana me la chingó. Sea como fuere, hoy tampoco voy al trabajo. 00 44 55 11 39 19 24, son muchos números para recordar y ya perdí el papelillo donde lo tenia anotado… ¡Ni modo! Seguiremos agarrados del limbo, como esas criaturas aladas y desnudas que la gente se obstina en llamar ángeles. Sigue lloviendo en el Sureste, la gente se moja y llora, como si no fuera ya demasiado el agua que cae del cielo para que ellos aún dejen abiertos los grifos de los ojos. No lloro, no debo, ¿para qué? Con eso no se come, solo sirve para dejar más sedienta al alma; mejor me echo a reír con las ocurrencias que inventas:
«Nop… Sip… Mikelaa… Uupss… Woo…».
Son solo unos cuantos de los muchos que usas para adornar tu ventana nocturna. Imagino lo que tú imaginas; sueños diferentes… más larga distancia.
«¿Cómo te fue con tu cónsul?».
«Aún no hallo lugar…».
«¿Y tus pacientes?».
«Pobres, los he dejado colgados».
«¿Como calcetines en el tendero?». «¡Sip!». «jajajaja».
«Hoy me pasó algo chistoso».
«¿Que?». «Es largo de contar».
«Pues abrévialo».
«No sé si deba».
«¿Por qué?». «A mí no me pasó, solo lo vi».
«Cuéntamelo».
«Bueno, ¿quieres?».
«Sip».
«Mira, resulta que un hombrecillo entró a vender chucherias de pulseritas y anillos de imitación pero nadie le compró… y se puso a llorar».
«…». «¿Qué pasa?». «…».
«¡Oye! ¿Estás ahí?».
«Sí… pobre».
«Sí, yo también lo pensé».
«Bueno, me voy…».
«Anda, que descanses. ¡Chao!».
«Bye».
«Chaooo».
No sé si me causa más molestia el dolor del hombrecito o la mortal pérdida de las conciencias. Un calambre en la pierna derecha me hace olvidar esto último. Mi reloj tiene varios meses sin bateria; soy como ese reloj sin pila: no tengo idea del tiempo; a lo mejor del espacio y el lugar pero ya no del tiempo.
Tercera parte
Solo de noche viene la luna. Dicen los que saben que la luna influye a los hombres como a las mareas. Yo creo que sí es cierto, pues cuando la luna esta arriba y grande yo quedo inerme a tus emociones; pierdo el eje de mi mundo. Si de por sí digo incongruencias, en este estado de sumisión soy aún más vulnerable. Tú, que eres psicóloga, explícame bien esto. ¿Por qué la luna juega con nuestros mares internos? ¿No lo sabes? ¿Te parezco lunático, todo lo que te digo? Por eso lo digo. Asómate a la ventana; sal afuera de tu casa y verás que hay luna llena… ¡Ya la ves! Estoy cansado, fatigado; escribo demasiado aprisa y casi no razono todo lo que digo. Dios, ten compasión de este pobre diablo, tu misericordia es gratuita y necesariamente deseo algo que no me cueste, algo que me regalen.
«¿Todavía estas ahí?».
«¿A dónde más?». «¿Sigues molesta?».
«No… ya comprendí que eso a ti no te aflige».
«¿En serio me conoces?». «Tus palabras te desnudan, te dejan en cueros…».
«No sigas. No me des cuerda».
«¿Darte cuerda?».
«¿Y tus pacientes?». «¿Qué tienen mis pacientes?».
«Son humanos…».
«Sí, la mayoría… jijiji».
«La mayoría…».
«¿Y tú sigues cansado?».
«Un poco, solo un poco…».
«¡Ajá!».
«¿Te disgusta?».
«No, para nada, solo que hoy deseaba platicarte unas cosas pero como estás, la verdad, hasta las ganas se me fueron…».
«Perdona…».
«Ya te dije que no hay problema…».
«Como digas». «¡Bye!».
«¡Oye! Espera…».
«…».
Son las dos de la mañana y solo me quedan un par de horas para dormir. Cada vez me borro o desdibujo; los ruidos de la noche son lejanos ecos de mi corazón. Las noticias de ayer son las de hoy… qué raro suena todo esto. Al menos me deshice de ti por un par de horas; juro que no, que hoy no abriré tu ventana. Quedaré oculto tras mis cortinas mientras pasa la luna llena. Y las mareas de mi alma se vuelvan a calmar… Me engaño: te has convertido en la droga que necesito para vivir.
Cuarta parte
Mi vecina es una mujer de mas de cuarenta, exactamente de cuarenta y dos años. Es de Chihuahua, pero por azares del destino vino a parar acá, a México; yo no entiendo bien cómo pudo ser esto pero me alegro que haya sido así. Esa casualidad me dio la oportunidad de toparnos en nuestros caminos. En una ocasión, al llegar a mi cuarto, tropecé con dos pares de ojos, entre nostálgicos y curiosos. «¿Vives aquí?», me interrogaron. «Sí, aquí vivo», contesté sorprendido. «¡Niños! No molesten al señor…», escuché una voz femenina con un claro acento del Norte. Me volví aún más sorprendido. «Buenas noches, señor». «Hola», fue mi saludo. Tanta solemnidad solo me disgusta, no es de mi agrado y ella, la que iba hacer mi vecina, se percató muy bien. «Yo me llamo Silvia». «Que bien. ¿Aquí vas a vivir?». «Sí… claro, si no le molesta». «¡Cómo crees! Por mí, encantado. Lo que pasa es que a Doña Naty nunca le han gustado los niños». «Bueno a estos tendrá que quererlos; después de todo son sus sobrinos». «Ah, ¿tu tía? Órale, qué buena onda. Bueno me voy, que estén bien». «¡Gracias!». «De nada, Silvia, estamos para servirte…». Sí, cómo no. A final fue ella quien me sirvió: me ayuda, me cuida, me atiende y me procura siempre… sin pedir nada a cambio. Sus hijos me llaman cariñosamente «padrino»; para mi son una molestia (nunca me han gustado los niños; mis hijos los tolero por que ya son mayores y viven lejos). Pero en fin. Mi vecina una noche al calor de las copas de sidra, me platicó su historia; creo que fue un quince o un veinticuatro, no me acuerdo bien. Dice que su marido, el papá de sus hijos, se fue más al Norte, pasando al Sur, con la ilusión de un futuro mejor; la abandono a su suerte y después de un tiempo ya no le escribió más. Se llegó a enterar que allá en los EE.UU. el papá de sus hijos rehizo su vida con una güera desabrida, sin impórtale nada ni nadie, ni ella ni sus hijos. Lejos de caerse, se vino a México; no soportaba la lástima que su familia le obsequiaba; eso a mí me consta. Es luchona y trabajadora. De carácter alegre y jovial, a veces me regaña e insiste en que lleve una vida más ordenada, lo cual es lo menos que deseo. -«Ay, comadre, ¿para qué?», le digo yo, «si lo único que deseo no lo tengo aquí». Alzo los ojos al cielo. «Por que usted es un zacatón de primera, compadre», me repite con ese acento que tanto me gusta; la voz de mi vecina es una melodía de timbres extranjeros. En ocasiones la descubro cantando mientras friega la ropa de todos; según ella la vida es mejor cantarla que chiflarla. Como sea, mi vecina es una buena mujer… «Pero escucha, no tienes por qué sentir celos, entre mi vecina y yo nada puede haber mas de lo que hay: una multitud de luces encendidas». Un beso, un solo beso cruzó los pensamientos y al vernos a los ojos supimos que éramos almas gemelas. Los dos estábamos dolidos, los dos cargábamos desamores, no podíamos permitir que lo único bueno de los dos se perdiera por nimiedades. Lo que subsiste es una tierna promesa de estar siempre ahí, presentes, por lo que se vaya a servir. En el fondo, mi vecina aún ama a su ausente. ¿Y yo? Yo no tengo a quién amar.
Quinta parte
Podría describirte una y otra vez el trayecto de aquí al trabajo y del trabajo para acá pero ¿tiene sentido? Solo mero pretexto de llenar hojas para cumplir con un requisito tonto. Pero sin embargo lo haré; no quiero ser descortés con alguien que me toma con seriedad. Después de dos meses, todo llega a su fin. Por falta de pago de la luz y el teléfono, me los cortaron; vinieron unos hombrecillos gordos pero anémicos y sin más ni más extirparon mis arterias. Mi vieja Pentium 1 enmudeció, quedo sin espíritu. Exhaló. Y te soy sincero; me alegro. Ya no puedo seguir muriendo cada que la luna aparece en mi cielo. Ya no soy capaz de inventar más palabras. Mi mente se secó; como el mar de la tranquilidad que asemeja una calavera fúnebre. Me quedo ciego y mudo, pero prefiero este destierro a seguir soñando un sueño cruel. Porque bien conozco mis limitaciones, mis pobres costumbres y la raquítica fortuna que en mí hay. La luna está muy alta y chaparras mis ambiciones; renuncio a ello y espero como simple mortal la luz nocturna para prender mis pesadillas. Puros epítetos uso como despedida, no soy capaz de avanzar ni dos frases entrelazadas. Ha sido la noche mas larga de mi vida… Pero al fin el sol salió.
«¿Te vas?».
«¿Como la canción?».
«Sí, como la canción».
«Las despedidas son para los tontos».
«¿Qué más tontos somos nosotros?».
«Lo suficiente como pensar que esto puede ser amor».
«¿Y lo es?».
«…».
«Me voy. Solo que… nada, me voy».
«¿Te acuerdas?».
«No, hace tiempo que olvidé todo lo de astronomía».
«Tú eres Marte, yo soy Venus.
«Te confundes, eres luna».
«¿Y tu? PSD».
«Creo que sí. Sí, ya recuerdo. Todo empezó con un clic, una rara casualidad, como casual es casi todo. Y tu nombre es…».
«¡No! ¡Basta! Es verdad, tienes razón estoy confundida. Nada es cierto, solo es mentira cibernética… pero fue hermosa esta mentira».
«¿Habrá mañanas sin sol, como luego hay noches sin luna?».
«¡Bye!».
«¡Chao!».
Tecleo mi máquina, ya sin efecto ni defecto. Mis mensajes se quedan estacionados en mi imaginación, las penumbras de una noche sin luna aturden mis miedos… ni a quién decirle chao, ni dónde escuchar un chillón bye.
FIN
correccion por DAN
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