domingo, 4 de diciembre de 2016

ESTO QUE NOS PASA



UNO
Te miro y he de acordarme de esto que dices que nos pasa. Porque tal vez te equivoques al creer que no me quieres, y me equivoque yo si te hago caso, y nos equivoquemos los dos al aceptarlo como algo definitivo.
Puede que eso que te pasa por la cabeza y que te aparta de mí no sea la verdad; que tal vez no estés segura de lo que dices, al fin y al cabo, ayer mismo volviste a compartir algo conmigo: mi dolor. ¿Qué se puede compartir entre dos personas que sea más importante? Y aunque luego vuelvas a decirme lo que ya me has dicho, te desdicen tus gestos. Porque veo que seguimos aquí. Por cobardía. Tal vez por pereza. No me importa si es por pena. Y también cabe la posibilidad de que todo esto que dices que nos pasa, que te pasa a ti, que me afecta a mí, sea sólo una racha de esas en las que todo se junta —mala edad es ésta en la que estamos ¿no lo has pensado?—. Pero, al fin, una época de paso, de esas que van aclarándose a poco que se dejen pasar las aguas bajo los ojos del puente. Por eso estoy decidido a ganar tiempo para nosotros, a tejer a solas los mismos hilos que acepto cortar cuando estoy contigo para que todo sea igual el día que decidas volver de donde quiera que te hayas ido sin acabar de moverte.


OTRO
Hace mucho tiempo que ocurre esto que nos pasa. Y lo sabes. Y también sabemos los dos que te niegas a aceptarlo aún tantos meses después de que yo hubiera reunido valor para decírtelo. Te he concedido mil veces el deseo de hablarlo. La primera vez que te dije esto que nos pasa fue una liberación. Tuviste que notarlo. Tú me conoces. Necesité algún tiempo para encontrar la fuerza. Pero la busqué para evitarte la especulación y la esperanza y la observación de mis gestos y la búsqueda de significados en cada mudanza de ánimo. “No te quiero”, te dije, encontrado el valor y agotada ya la posibilidad de que mis sentimientos pudieran cambiar nunca. Qué tercos son los sentimientos ¿no crees?; qué terca es la realidad ¿no te parece?; y qué terco el cerebro, la máquina que no para de pensar y rumiar hasta que encuentra las palabras exactas para explicar lo que sentimos. Yo también sé de despertarme por las noches, de hacerme la dormida. Pero pensé, ingenua, que con esas tres palabras era suficientes. “No te quiero”, te dije. Y no encontré una frase menos ambigua, ni que permitiera insinuar otra cosa que no fuera lo que dice. No te quiero. ¡Qué importa que siga compartiendo contigo una pena, una comida, un lugar! Esto es lo que te digo que nos pasa. Que nos afecta, porque se acabó el tiempo y ya no disponemos de más para andar buscando motivos, ni para andar destejiendo mortajas, ni para sentarnos a ver cómo pasan las aguas bajo los ojos del puente turbias y veloces.

No hay comentarios: